martes, 5 de diciembre de 2006

POLÍTICAMENTE INCORRECTOS - Octubre 2006

”Nunca llueve a gusto de todos”. Hermoso aforismo. Y sabio. Hermoso y sabio porque se hace eco de uno de las peculiaridades más maravillosas de esta especie denominada Homo Sapiens Sapiens (oséase: nosotros, aunque no lo parezca). A saber, que la diversidad de los seres humanos lleva pareja la multiplicidad de perspectivas desde las que se interpreta la realidad; que cada uno de nosotros es irrepetible; que no es posible que todos (en sentido amplio) compartamos la misma opinión sobre alguna cuestión en concreto;… En definitiva, y como decía mi profesor de Religión (sacerdote todavía en activo), que “cada uno es cada uno y tiene sus cadaunadas”.
Ahora bien. Aun reconociendo lo arriba dicho, creo que sí, que todos podríamos estar más o menos de acuerdo en que hay cosas en el mundo que sería preciso erradicar: racismo, violencia de género, machismo, terrorismo, todos los fanatismos (incluso el de las sociedades occidentales por una determinada idea de democracia),…
Dura tarea esta de la superación de las discriminaciones que la mayoría de nosotros, en nuestra infinita ingenuidad, confiamos al saber hacer de los políticos de turno (aquí esbozo yo una maliciosa sonrisa que ustedes no ven, pero que está ahí). Y este es nuestro mayor error. Este es el gran obstáculo que se interpone entre nosotros y la realización de nuestro deseo de un mundo mejor. Porque puestos los responsables (me sonrío de nuevo, no puedo evitarlo) del asunto a dilucidar cómo será posible llevar a cabo tal empresa, encuentran mucho más cómodo, rápido y barato no llevarla a cabo. Ahora bien, como tales “responsables”, deben responder de sus actuaciones ante aquellos que depositan su confianza en ellos. Y, la verdad, a nadie nos gusta reconocer que la tarea que se nos encomienda nos supera y que no podemos llevarla a cabo. A ellos, menos. Por ello, y bien asesorados por sus “filósofos de cámara”, llegan a la conclusión de que es mejor cambiar el nombre de las cosas que las cosas mismas. Así, de este modo, nos vemos inmersos de lleno en el mundo de lo “políticamente correcto”, en vez de en el mundo de lo “correcto”.
Lo peor no es esto, con todo lo malo que esto es. Lo peor es que todos nosotros, en un alarde de papanatismo sin parangón, nos subimos a este carro sin dedicar ni cinco segundos al análisis de esa corrección política que lo único que hace es maquillar la realidad. Y los pocos que realizan tal análisis y tienen la “desfachatez” de dar a conocer su opinión, aparecen ante el público como “incorrectos” (políticamente incorrectos, pero incorrectos al fin y al cabo).
Los negros dejan de ser negros para pasar a ser afroamericanos, africanos o gente de color (se ve que los que no tenemos “ese color” en nuestra piel somos trasparentes), pero los seguimos mirando con recelo. Consideramos al lenguaje como un elemento machista y lo multiplicamos por dos: “Queridos/as compañeros/as, en un despliegue de igualitarismo y por consideración a vosotros/as, los/as trabajadores/as del género femenino cobrarán un 30% menos que sus colegas del género masculino por desempeñar la misma labor” (¡¿?!) Parece un chiste, pero no lo es.
¡Cuidado! No quiero decir que la corrección política carezca de valor. Pero sí exijo (en la medida en que puedo) que este lenguaje no-discriminatorio sea simplemente un síntoma de algún cambio que opere en la realidad; que reconozcamos derechos con la palabra, pero que lo hagamos más enérgicamente con nuestros actos. Porque ese será el verdadero cambio. El único cambio.
Por eso yo me declaro políticamente incorrecto, pero humanamente correcto (o al menos eso intento).

Julio González
Betanzos, octubre de 2006

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