jueves, 25 de febrero de 2016

Máscara sobre máscara



Vivimos en un mundo en el que lo que parece contar son las apariencias, y con este término nos referimos a algo tan normal como que, con independencia de nuestro ser, el resto de la gente nos ve de un modo que es nuestro “aparecer” ante los otros.. Una cosa es quién o qué somos, y otra quién o qué somos ante los demás.
Dicho todo esto, ya sé que todos somos auténticos, que a nadie le guste que lo tachen de falso, y que todos y todas nos mostramos tal como somos. Pero, ¿qué es en realidad “ser auténtico”? Ni más ni menos que ser lo que se es. Aparecer ante los demás como uno es... Pero, ¿es ello posible?
De uno u otro modo, vivimos en un continuo carnaval en el que todos nos disfrazamos. Es más, vivimos “vistiendo” varios disfraces, superponiendo unos por encima de otros. Vamos allá.
-        Primer disfraz: Nacemos, como animales que somos (racionales, pero animales, y unos más que otros...), siendo macho o hembra, una diferenciación sexual y biológica que no creo que haga falta aclarar más de lo que ya está por sí misma... Pero, nada más nacer, ya nos “disfrazan” de chico/chica, hombre/mujer, niño/niña,... Entenderán lo que quiero decir si piensan en si vestirían de rosa a un recién nacido “macho”, por ejemplo. Nos encanta, como humanos que somos, clasificar, catalogar, pre-juzgar,... Es intelectualmente económico y deja cada cosa en su sitio, con lo que siempre sabemos con qué contamos a nuestro alrededor.
-        Segundo disfraz: Sobre este primer disfraz, elemental, básico, la sociedad, la familia, el entorno, la escuela, etc., van posteriormente profundizando esta diferencia, y van añadiendo “aderezos” a este primero. Así, el sexo se convierte en género, lo que implica comportamientos distintos. Este proceso va consolidando y dando más “carácter” a ese disfraz, asociando comportamientos determinados a cada uno de los géneros (ya los conocemos: los chicos son más agresivos, las chicas más sensibles; los hombres son más racionales, las mujeres más afectivas; etc.).
-        Tercer disfraz: Vamos madurando y nos vamos identificando con determinados modos de afrontar nuestra existencia y nuestro estar radicados en el mundo. Estos modos son prestados, heredados, copiados,... Incluso aún cuando pensamos y juzgamos que somos los seres más auténticos y originales del mundo mundial, no lo somos tanto. El ser humano aprende por imitación (entre otros métodos), y necesitamos modelos en los que vernos reflejados, y necesitamos grupos en los que sentirnos incluidos... Así, nos incluimos en una tribu urbana, nos hacemos de un determinado equipo de fútbol, o simpatizamos con un determinado partido político,...
-        Cuarto disfraz: Pero no sólo eso. Es que incluso si uno quiere ser auténtico, debe seguir una pauta determinada, si no quiere ser tachado de inauténtico... Curioso, ¿no? Al fin y al cabo, la vida, la sociedad, no es más que una inmensa representación teatral en la que cada uno tenemos asignado, por sorteo (es un decir, claro; a veces es porque cuatro listos lo deciden), un determinado papel. Cada uno de nosotros mantenemos una posición (económica, política, religiosa, cultural,...) en la trama social: es lo que se llama posición social. El hecho de ocupar una posición nos obliga a comportarnos y actuar de una determinada forma: nuestro rol o papel. Cada uno de nosotros debe interpretar su papel de acuerdo con las normas sociales que están asignadas a esa posición y papel. De lo contrario, encontramos el rechazo, la marginación, el dedo señalador (cuando no acusador),...
Así, pues, nuestra autenticidad, en realidad descansa sobre una amplia variedad de notas que nos vienen dadas, impuestas, sugeridas, enseñadas,... que propiamente no son “nuestras”, sino que (la mayor parte de las veces) las hacemos nuestras (por muy variadas razones).
Como ya dijo el genial Oscar Wilde: “Ser natural es la más difícil de las poses”.

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