jueves, 20 de octubre de 2011

Malos Tiempos para lo Público

Corren malos tiempos para “lo público”.
Ante la necesidad de reducir el déficit de las administraciones públicas, se impone un recorte del gasto, por supuesto, público.
Y, puestos a recortar, centran las autoridades sus esfuerzos en adelgazar el gasto en los denominados “servicios sociales”, es decir, aquellos que se ofertan a los ciudadanos con el fin de proporcionar cobertura a su derecho a la educación, su derecho al acceso a la sanidad, a minimizar, ya que no erradicar, las situaciones de desprotección…, es decir ESD (Educación, Sanidad y Dependencia). DERECHOS, no caprichos ni lujos. Y derechos, por otra parte, recogidos en esa Constitución a la que en otras cuestiones tanto veneran, pero que en esta de la economía convierten en una entelequia, un desideratum, vamos, en un suspiro del tipo “¡ai, quen poidera cheghar a eso!”.
No voy a entrar aquí en lo que todos ustedes ya saben: que hay otros ámbitos en los que recortar que proporcionarían un mayor ahorro (gastos militares, gastos de representación, ese cochecito oficial, este chófer, aquella comidita de trabajo, la edición de este libro carísimo que luego regalamos a las bibliotecas escolares porque no hay otra cosa mejor que hacer con él pero que no tiene ninguna utilidad didáctica...). “¡Demagogia!”, dirán los de siempre. Pero eso es lo que se dice cuando se carece de otro argumento. A ver cuando aprenden que no todo argumento demagógico resulta ser falso, ni todo argumento falso resulta ser demagógico… (no sé dónde habrán estudiado lógica estos tipos...). Pero no es esto lo que me interesa aquí y ahora.
Lo que me preocupa es la claridad con que la mayoría de la población ve que, efectivamente, cualquier solución al problema económico pasa por el recorte de gasto en “lo público”, así como el origen de esa certeza. ¿Por qué nos resulta tan fácil renegar de los servicios públicos?
Hay una serie de ideas presentes en el imaginario colectivo que facilitan la infravaloración de “lo público”.
Saben unos que “nadie da duros a cuatro pesetas” y, por tanto, para ellos, aquello que es gratuito (en apariencia) no reúne nunca el mismo valor que aquello por lo que se paga.
Dicen otros que no es sostenible el mantenimiento de un sistema público de salud, ni de un sistema público de enseñanza, ni de una cobertura pública de protección social; que eso solamente genera gastos…
Olvidan unos y otros que lo “público” puede ser de todo, menos GRATUITO. No señores. Ni la sanidad, ni la enseñanza, ni las pensiones, ni el subsidio por desempleo, ni nada de lo que nos “da” el Estado, es gratuito. Sí, ya sé que oyendo hablar a algunos de los hombre y mujeres importantes (¡je!) de este país, parecería que ellos nos dan todo esto sacándolo de su bolsillo, mientras nosotros vivimos de la sopa boba. Hasta donde yo alcanzo, me consta que ni Esperanza Aguirre, ni Rodríguez Zapatero, ni Rajoy, ni Feijoo, ni Rubalcaba, ni la madre que los parió a todos… ponen un céntimo más de lo que les corresponde para que podamos disfrutar de estos servicios. Pero es que lo mismo nos ocurre a los demás…
Usted, usted, usted y todos ustedes/nosotros somos los que pagamos esos servicios. Ni la educación es gratuita, ni la sanidad es una dádiva, ni la pensión una limosna, ni el “paro” una muestra de caridad… Somos todos nosotros, con nuestros impuestos, los que pagamos por esos servicios. Así que, de gratuitos, nada de nada.
Bueno, todos, todos, no. A usted que está leyendo esto con una sonrisilla en los labios a la par que piensa “¡panda de pringados!”; a usted que gracias a lo que defrauda se puede permitir pagar buenos asesores fiscales para poder seguir defraudando; a usted sí que estos servicios le salen gratis… pero no deja de ser un gorrón. Y de los de la peor ralea.
Ya sé que me dirá que no le da la gana de pagar por unos servicios que son una porquería, que no funcionan como debe ser… Y también sé que yo le diré que no pueden ser mejores porque hay usuarios que no pagan lo que les corresponde… y así estamos.
Pero es que, además, estamos hablando de servicios, no negocios. Un tren que comunique Galicia con Madrid, no tiene por qué ser rentable. Es un servicio que el estado debe proporcionar a los ciudadanos. Un centro de salud para una población de mil habitantes no tiene por qué ser rentable. Es un servicio que el estado debe proporcionar a los ciudadanos. Una escuela en un núcleo rural a la que sólo acudirán quince niños, no tiene por qué ser rentable. Es un servicio que el estado debe proporcionar a los ciudadanos. Son SERVICIOS, NO NEGOCIOS. Y servicios por los que estamos pagando. Y, si no lo ven claro, pregunten a Hacienda cómo distribuye sus aportaciones.
Si algún sentido tiene “lo público” es el de servir a hacer real la igualdad de oportunidades de que todo ciudadano debe disfrutar hasta en el más bananero de los estados democráticos contemporáneos.
Claro que si a lo que aspiramos es a volver a la “ley del más fuerte”, a que sólo aquellos que pueden pagar tengan acceso a la formación, a una sanidad que les facilite la vida, a una vejez digna…; si lo que queremos es regresar en lugar de progresar, entonces sí, acabemos con lo público y aquí paz y después… quién sabe.

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