Vivimos en un mundo en el que lo que parece contar son las
apariencias, y con este término nos referimos a algo tan normal como que, con
independencia de nuestro ser, el resto de la gente nos ve de un modo que es
nuestro “aparecer” ante los otros.. Una cosa es quién o qué somos, y otra quién
o qué somos ante los demás.
Dicho todo esto, ya sé que todos somos auténticos, que a
nadie le guste que lo tachen de falso, y que todos y todas nos mostramos tal
como somos. Pero, ¿qué es en realidad “ser auténtico”? Ni más ni menos que ser lo
que se es. Aparecer ante los demás como uno es... Pero, ¿es ello
posible?
De uno u otro modo, vivimos en un continuo carnaval en el
que todos nos disfrazamos. Es más, vivimos “vistiendo” varios disfraces, superponiendo
unos por encima de otros. Vamos allá.
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Primer disfraz: Nacemos, como animales que somos (racionales, pero
animales, y unos más que otros...), siendo macho o hembra, una
diferenciación sexual y biológica que no creo que haga falta aclarar más de lo
que ya está por sí misma... Pero, nada más nacer, ya nos “disfrazan” de
chico/chica, hombre/mujer, niño/niña,... Entenderán lo que quiero decir si
piensan en si vestirían de rosa a un recién nacido “macho”, por ejemplo. Nos
encanta, como humanos que somos, clasificar, catalogar, pre-juzgar,... Es
intelectualmente económico y deja cada cosa en su sitio, con lo que siempre
sabemos con qué contamos a nuestro alrededor.
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Segundo disfraz: Sobre este primer disfraz, elemental, básico, la
sociedad, la familia, el entorno, la escuela, etc., van posteriormente
profundizando esta diferencia, y van añadiendo “aderezos” a este primero. Así,
el sexo se convierte en género, lo que implica comportamientos
distintos. Este proceso va consolidando y dando más “carácter” a ese disfraz,
asociando comportamientos determinados a cada uno de los géneros (ya los
conocemos: los chicos son más agresivos, las chicas más sensibles; los hombres
son más racionales, las mujeres más afectivas; etc.).
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Tercer disfraz: Vamos madurando y nos vamos identificando con
determinados modos de afrontar nuestra existencia y nuestro estar radicados en
el mundo. Estos modos son prestados, heredados, copiados,... Incluso aún cuando
pensamos y juzgamos que somos los seres más auténticos y originales del mundo
mundial, no lo somos tanto. El ser humano aprende por imitación (entre otros
métodos), y necesitamos modelos en los que vernos reflejados, y necesitamos
grupos en los que sentirnos incluidos... Así, nos incluimos en una tribu
urbana, nos hacemos de un determinado equipo de fútbol, o simpatizamos con un
determinado partido político,...
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Cuarto disfraz: Pero no sólo eso. Es que incluso si uno quiere ser
auténtico, debe seguir una pauta determinada, si no quiere ser tachado de
inauténtico... Curioso, ¿no? Al fin y al cabo, la vida, la sociedad, no es más
que una inmensa representación teatral en la que cada uno tenemos asignado, por
sorteo (es un decir, claro; a veces es porque cuatro listos lo deciden), un
determinado papel. Cada uno de nosotros mantenemos una posición (económica,
política, religiosa, cultural,...) en la trama social: es lo que se llama
posición social. El hecho de ocupar una posición nos obliga a comportarnos y
actuar de una determinada forma: nuestro rol o papel. Cada uno de nosotros debe
interpretar su papel de acuerdo con las normas sociales que están asignadas a
esa posición y papel. De lo contrario, encontramos el rechazo, la marginación,
el dedo señalador (cuando no acusador),...
Así, pues, nuestra autenticidad, en realidad descansa sobre
una amplia variedad de notas que nos vienen dadas, impuestas, sugeridas,
enseñadas,... que propiamente no son “nuestras”, sino que (la mayor parte de
las veces) las hacemos nuestras (por muy variadas razones).
Como ya dijo el genial Oscar Wilde: “Ser
natural es la más difícil de las poses”.