jueves, 26 de abril de 2007

¿Ética y Empresa? ¿Responsabilidad Social de las Empresas?

Según refleja el Cuaderno Forética nº 8: Guía para la Gestión de la Igualdad en las Organizaciones, el constante cambio que caracteriza nuestra sociedad y nuestra economía nos ha conducido a “una economía de servicios fuertemente marcada por las exigencias de la globalización y la alta competitividad del mercado”, globalización que trae consigo el hecho de que las empresas compartan información, materias primas y mercados, lo que a su vez supone la unificación de productos y servicios.
En esta situación, la competitividad de la empresa no puede desligarse de la capacidad que ésta tenga para diferenciarse. Evidentemente, tal diferenciación debe descansar en la aptitud que tenga la empresa para potenciar sus propios valores intangibles, valores que descansan en su propio potencial humano.
Esta capacidad para generar esos valores pasa por la integración de la Responsabilidad Social Corporativa en la gestión corporativa de las empresas.
Gracias, entre otras razones, al espaldarazo institucional recibido por parte de la Unión Europea, que se inciara con el lanzamiento del Libro Verde de la Comisión Europea: Fomentar un marco europeo para la Responsabilidad Social de las Empresas (2001), e impulsado con la sucesiva publicación de distintas comunicaciones sobre el tema, la RSC se ha erigido en una de las tendencias más actuales de la gestión empresarial.
En este sentido, la integración de la Responsabilidad Social Corporativa en la praxis empresarial ha planteado y plantea dilemas morales y conflictos de valores que sugieren la necesidad (o al menos, la relevancia para esa gestión) de contar con la colaboración directa, el consejo o el asesoramiento de “asesores éticos” cuya labor se dirigiría no ya hacia el cómo, sino más bien hacia el por qué de las políticas, estrategias y acciones de la empresa. Tal tarea consistirá más en un proceso de ayuda a la toma de decisiones en la organización que en un producto o decisión concreta, al tiempo que ayudará a la empresa a reflexionar sobre el tipo de procedimientos que está desarrollando.
Así, el experto ético es aquella persona que posee las habilidades y destrezas para desarrollar un cierto tipo de razonamiento, que tiene en sus manos un cuerpo relevante de conocimiento y que está comprometido con la utilización de esas habilidades y conocimientos para valorar los puntos fuertes y débiles de los argumentos y posiciones morales. Estas habilidades son más procedimentales que sustantivas. Su tarea se fundamenta más en hacer accesible las reglas de la razón y la argumentación que el contenido de tales reglas.

No sé... ¿Qué les parece a ustedes?

COMODIDAD CIVIL - Mayo 2007

Me van a permitir que en esta ocasión comience citando a uno de los filósofos españoles vivos más importante e interesante de nuestra época (sí, créanme, todavía hay filósofos vivos, por más que la mayoría de mis colegas se empeñen en hablar sólo de los ya desaparecidos). Hoy citaré a José Antonio Marina. Dice el profesor Marina que “nuestra búsqueda de la felicidad es con frecuencia desgarradora, porque estamos movidos por dos deseos contradictorios: el bienestar y la superación. Necesitamos estar cómodos y necesitamos crear algo de lo que nos sintamos orgullosos, y por lo que nos sintamos reconocidos”. Por mi parte, nada que objetar. Pero ese primer deseo que menciona Marina me hace pensar. Y me hace pensar precisamente que tal vez esa sea la explicación para la desidia, dejadez, despreocupación,… (añádase lo que se estime oportuno) que caracteriza a la sociedad de nuestro tiempo.
Reconozcámoslo: en el fondo lo que nos priva es que nos den las cosas hechas. Todos somos maestros en el arte de “lo que habría que hacer”, pero ninguno (venga…, algunos sí, pero pocos) damos los pasos necesarios para hacerlo. Es más, siempre hablamos de “lo que tendrían que hacer”, y siempre son otros los tendrían que hacer algo, mientras nosotros esperamos a ver si lo hacen y lo hacen bien.
“Total, para lo que va a servir…” es el consabido lema con el que disfrazamos de sabiduría esta actitud que no es más que ignorancia. Damos por sentado que nada de lo que podamos hacer nosotros por mejorar ayudará a construir un mundo mejor. Y como este prejuicio nos contamina a todos, nadie hace nada (es una exageración), el mundo “está como está” y así nos va. Llevamos a la sociedad por el camino equivocado a la vez que no nos cansamos de repetir: “Pero, ¡¿a dónde iremos a parar?!”.
Ejemplos, sobran: no presentamos reclamaciones cuando vemos atropellados nuestros derechos, y esperamos que esa situación se arregle sola; no participamos en las asociaciones ciudadanas, y confiamos en que las cosas nos caigan del cielo (sean fiestas, procesiones, clubes de lectura o grupos de baile…); no tomamos parte activa, en fin, en la llamada Sociedad Civil (o sea, la tropa de a pie: ustedes y yo), pero esperamos que la Sociedad Civil sea el “no va más” de la actividad…
Yo creo que contamos en la actualidad con una cantidad suficiente de opciones para intentar conseguir aquello que creemos que nos merecemos o que pensamos que es justo. Y se acerca ahora una ocasión única para comprobar lo que digo.
Este mes deberemos elegir a quienes regirán los destinos de nuestro ayuntamiento durante los próximos cuatro años. Muchos de ustedes puede que tengan claro el sentido de su voto, pero también tengo la seguridad de que gran parte del electorado parte de la premisa de que “todos los políticos son iguales” y, por tanto, tanto dará a quién vote pues será siempre “el mismo perro con distinto collar”. Conclusión: a abstenerse tocan. Pues permítanme la rudeza, pero se trata de la máxima expresión de ignorancia democrática. Porque su abstención contribuirá a que efectivamente todo siga siendo como es, en lugar de ser como debe ser. Su abstención contribuirá a perpetuar ese estado de cosas que usted critica. Recordando lo que decía el profesor Marina, su abstención es la comodidad. La valentía está en dar el paso de participar para que cambie lo que tiene que cambiar, si es que algo tiene que cambiar. Y si usted se equivoca, dentro de cuatro años tendrá ocasión de volver a poner sobre la mesa (electoral) su opinión. Y cuando todos hagamos lo mismo, las cosas se parecerán más a lo que deben ser que a lo que son (si es que no son ya como deben ser…).
Julio González
Licenciado en Filosofía. Filósofo Asesor
Betanzos, mayo de 2007

VACACIONES Y ¿DESCANSO? - Agosto 2006

Queridos todos:
Al fin llegaron. Once meses esperándolas y ya están aquí las tan deseadas vacaciones. Ahora me toca descansar, disfrutar y ser feliz… Me lo merezco. He pasado el último año sometido a la maldición bíblica del trabajo, a esa ocupación inevitable y desagradable de la que hay que liberarse a la menor ocasión.
Pero ahora estoy de vacaciones. ¡Ay, de vacaciones! Casi ni me lo creo. Aprovecharé para hacer todo aquello que no puedo hacer el resto del año, secuestrado como estoy por mis obligaciones laborales.
Empezaré por poner en orden mi casa: limpieza general, repintado de paredes,… Habrá que arreglar esos pequeños desperfectos que el uso cotidiano va ocasionando en nuestro hogar. Sí, sin duda. Empezaré por esto y me dedicaré concienzudamente a ello durante la primera semana de vacaciones, porque después tengo ya reservado un viaje por Estados Unidos. Interesantísimo. Recorreré todo el país en dos semanas. Cada día visitaré una ciudad distinta. De acuerdo que así, a primera vista, parece un poco apurado y agotador. Pero hay que aprovechar el tiempo de vacaciones. Ya me relajaré cuando vuelva. Entonces será el momento de ir a la playa, salir con los amigos, descansar… Me encanta esta última semana porque cada día voy a una playa distinta. Yo no soy de los que van siempre a la misma. No. Yo hoy voy a la de aquí, mañana voy a aquella otra que me han dicho que es una gozada. Al día siguiente a la de más allá que es preciosa… En fin, no todo va a ser conocer otros países. Habrá que conocer también el nuestro.
Tras la playa, ducha, cena y copas. Acostarse tarde. Sin prisas. Sin agobios. Sin obligaciones. Como no hay que madrugar, me levantaré al día siguiente cuando el cuerpo me lo pida y saldré en dirección al paraíso natural que me toque disfrutar ese día. Así hasta que se agote mi paréntesis anual de ocio.
Claro que yo ya habré estado dos semanas deseando que todo volviera a la normalidad de una vez, que pensaré y diré, como todos los años, que “ahora me hacía falta otra semana para descansar de las vacaciones”, que tendré que superar el “síndrome post-vacacional”, que hubiera descansado más si no las hubiera tenido. Pero bueno, que me quiten lo bailado.
¿Y qué habré hecho? ¿Para qué habrá servido este período vacacional? Sé que todo cuando hago, sea trabajar o descansar, es una ocasión propicia para encontrarme conmigo mismo, hacer aquello que realmente me gusta, sentirme pleno y transformarme en una mejor persona. Pero yo no habré empleado mis vacaciones en ello. Tal vez deba replanteármelas. Deberían ser un tiempo privilegiado para la libertad personal, la iniciativa y la creatividad. No sólo una evasión, un descanso o una compensación, sino que, vividas activa y densamente, han de constituir un motor de plenitud gratificante, una ocasión esplendorosa de relaciones interpersonales, sin prisas, sin agobios ni urgencias. Un tiempo para que emerjan potencias y posibilidades dormidas en nosotros y desconocidas para nosotros mismos, para descubrir qué y quiénes somos, para ser nosotros mismos.
Por eso estoy pensando que este año mis vacaciones las dedicaré a lo que yo quiera. No pienso permitir que nadie me diga lo que debo hacer en vacaciones. Me he pasado estos últimos once meses cumpliendo las obligaciones impuestas por la necesidad de trabajar para vivir. Ahora me toca a mí. Hasta dentro de otros once meses no volveré a disponer de tanto tiempo sólo para mí. Por eso pienso ser feliz haciendo lo que me gusta y me hace sentir mejor. Y me gustaría que vosotros también lo fuerais.

Julio González
Betanzos, agosto de 2006

ESTO SÍ, ESTO NO... ES HORA DE DECIDIRSE - Junio 2006

Todos nosotros, en un momento u otro a lo largo de nuestra vida, nos hemos visto obligados a decidir entre hacer algo o no hacerlo, entre hacer esto o hacer lo otro,… y hemos tenido la sensación de que, fuera cual fuese la decisión adoptada, nos íbamos a arrepentir de no haber optado por otra. Lo que ocurre en estos casos es que cada opción prioriza un principio ético sobre otros, e incluso a costa de otros, y nosotros no estamos por la labor de renunciar a ninguno de ellos. ¿Qué hacer entonces? ¿Qué criterio debo seguir? ¿Cómo tomar una decisión “ética”?
No existe un único criterio que garantice que la decisión que tomemos sea ética frente a otras que no lo serían. No. Lo que sí es posible es examinar la decisión a tomar desde una pluralidad de perspectivas, lo que, sin duda, nos proporcionará un mapa de la circunstancia en que nos encontramos que nos ayudará a decidirnos por una u otra opción.
Pero dejémonos de monsergas teóricas. Imagine que debe hacer una de estas elecciones complicadas e intente examinar la situación desde las siguientes perspectivas, respondiendo a las cuestiones correspondientes:
Los “otros”: ¿Qué decidiría en este asunto la mayoría de la gente de mi entorno? ¿Qué decisión satisfaría a todos los miembros de mi entorno en este asunto? ¿Qué decisión adoptaría tras un diálogo sincero, argumentativo, imparcial, simétrico con otros? ¿Cómo afectará mi decisión a mi relación con las personas que son importantes para mí? ¿Qué decisiones se tomaron en circunstancias similares en el pasado, y con qué resultado? ¿Qué querría yo que hiciesen otros en mi situación?
La virtud y el deber: ¿Qué haría una buena persona en esta situación? ¿Cuáles son los principios del deber implicados en la misma (por ejemplo: no mentir, no robar, respetar al prójimo,…)? ¿Es mi decisión compasiva (en el sentido de “padecer-con” otros) y refleja mi naturaleza bondadosa? ¿Qué dicen mi Iglesia o mis creencias religiosas que debo hacer?
Resultados de mi decisión: ¿Qué decisión reportará la mayor felicidad al mayor número de personas? ¿Qué consecuencias a corto y largo plazo acarreará mi decisión? ¿A quién perjudica y a quién beneficia y en qué mi decisión? ¿Ayudará mi decisión a los individuos que me rodean, o a mi comunidad, a mejorar, a crecer personalmente, a progresar?
Justicia de mi decisión: ¿Qué decisión tomaría si desconociese qué intereses personales míos subyacen en la situación?
Mi propia existencia: ¿Es la decisión tomada “auténtica”, esto es, sincera hacia mí mismo, mis valores, creencias y principios?
Una vez hecho esto, probablemente usted no tenga todavía claro qué decisión tomar. Pero, si ha sido sincero, habrá ganado altura moral y tendrá en su mano nuevas herramientas para resolver su dilema. Y, de paso y sin saberlo, habrá estado dialogando con algunos de los más grandes filósofos de la historia: Aristóteles, Kant, Benthan, Stuart Mill, Habermas, Rawls,…

Julio González
Betanzos, junio de 2006

QUE NO SEA UNO MÁS - Enero 2006

Como siempre, ante el inicio de otro año, nos hemos cargado de buenos y nuevos propósitos. Como siempre, dejaremos de fumar. Como siempre, perderemos esos kilillos que nos sobran. Como siempre, abandonaremos la vida sedentaria, aderezándola con un poco de ejercicio diario. Como siempre, dedicaremos más tiempo a nuestra familia y amigos. Como siempre, dejaremos de ser indiferentes ante las injusticias,… Y, como siempre, todos estos propósitos, decisiones, promesas,… terminarán siendo eso: propósitos y promesas que serán renovados cuando el presente año se acerque a su fin dejando paso a uno nuevo.
Este hecho no reviste mayor importancia, e incluso resultaría gracioso si no fuera porque es síntoma de la inconsciencia con la que manejamos nuestras vidas los seres humanos: dedicamos más tiempo a mirar un mueble con el que pretendemos decorar nuestro salón que a examinar nuestra propia vida.
Por eso me atrevo a proponer una pequeña receta para que esta situación, convertida ya en hábito, dé paso a la toma de control de nuestras propias vidas por parte de cada uno de nosotros. Y esta receta tiene tres ingredientes fundamentales: serenidad, valor y sabiduría.
Serenidad para aceptar las cosas que no podemos cambiar. Porque hay cosas en nuestra vida que no dependen de nosotros. Son las cosas “que nos pasan”. Una enfermedad, la muerte de algún ser querido, etc., son hechos que ocurren sin que nosotros podamos intervenir para impedirlos. Saber esto, y, lo que todavía es más importante, saber aceptarlo, es el primer paso para que seamos nosotros mismos, y no las circunstancias, los que manejemos nuestra vida con plena conciencia. No hablamos de resignación ni de conformismo, ya que para éstos nada depende de nosotros. Hablamos de aceptación valiente, de amor por la vida.
Valor para cambiar aquellas cosas que sí dependen de nosotros. Porque nuestra vida nadie nos la da hecha, sino que tenemos que irla proyectando y levantando día a día, haciendo elecciones, tomando decisiones y actuando en consecuencia. Y esas elecciones, decisiones y actos deben ser “nuestros”, es decir, deben ser la máxima expresión de nuestro auténtico ser. ¿Permitiríamos que el gobierno de la nación nos dijera qué coche debemos comprar cada uno de nosotros? No, ¿verdad?. Entonces, ¿por qué permitimos que gobiernos, iglesias, elites socio-económicas o cualquier otro que no sea “yo” me diga qué debo hacer con mi vida, lo que está bien y lo que está mal?
Sabiduría para distinguir unas de otras, para no empecinarnos en modificar aquello sobre lo que no tenemos poder (lo que conduce a la desesperación), pero también para no paralizarnos no intentando cambiar aquello que nos desagrada en nuestra vida (lo que conduce a la esclavitud).
Cuando hayamos examinado nuestras vidas desde la serenidad, el valor y la sabiduría, habremos conseguido el viejo ideal que alumbró la Filosofía en sus orígenes: ser maestros en el arte de vivir. Y entonces será el momento de proyectar, prometer, proponerse y conseguir del nuevo año que no sea uno más.

Julio González
Betanzos, enero 2006

FILOSOFIA, ¿PARA QUÉ? - Abril 2006

Todo el mundo se hace esta misma pregunta. Los que han tenido contacto con la disciplina (a través del Bachillerato, por ejemplo), porque quieren saber qué beneficio obtendrán ellos de su estudio. Y los que no han tenido ningún contacto con ella, porque desean saber qué es eso y para qué puede servir. En cualquier caso, a unos y otros les suena a algo abstracto, inútil y carente de toda utilidad. Y, sin embargo, sí, es útil. ¿Para qué? Veámoslo, pero dando un pequeño paseo.
Nacemos a la vida desnudos y vacíos. Desnudos de cuerpo y vacíos de ideas y experiencias. “Nadie nace sabido”, decimos por aquí. La desnudez del cuerpo la cubren nuestros padres con ropa. El vacío de conocimientos, en un primer momento, también. Luego vendrán la escuela, los amigos, la sociedad, los medios de comunicación,… Entre todos irán proporcionándonos los elementos con los que construimos el edificio conceptual con el cual interpretamos el mundo. Aprendemos a hablar, a ver, a amar, a odiar,… Aprendemos a pensar, a juzgar, a valorar,… También aprendemos lo que está bien y lo que está mal, cómo deben ser las cosas frente a cómo son,…
Estos elementos los vamos integrando y vamos construyendo con ellos la “filosofía de nuestra vida”, sin someterlos al más elemental análisis en cuanto a su validez, verdad o vigencia. Así nos vamos llenando, sin darnos cuenta, de prejuicios, supersticiones, ideas dogmáticas,… que se convierten en obstáculos o ideas limitadoras para desarrollar una vida plena y feliz, y que constituyen una fuente de malestar, frustración, problemas existenciales, etc.
Normalmente, ante problemas de este tipo, acudimos a las denominadas psicoterapias con la esperanza de que nos ayuden a superarlos. Pero al hacerlo, estamos ignorando algo fundamental. Y es que la raíz de esos problemas no es psicológica, sino filosófica. Su fundamento no está en ninguna “anormalidad” que tome cuerpo en nosotros, sino en cómo los enfrentamos. No hace mucho, el cantante Joan Manuel Serrat daba a conocer un serio problema de salud que le aquejaba. Interrogado acerca de su entereza al enfrentarse a su enfermedad, respondió algo que ya los sabios griegos que hicieron nacer la filosofía conocían: lo que nos pasa es menos importante que el modo en que lo interpretamos. Él llegó a esa conclusión sin ayuda. Pero no todo el mundo es capaz de lo mismo.
Cuando uno no puede ayudarse a sí mismo, tiene el deber de buscar ayuda en otros. Lo más racional es buscar la ayuda del especialista. Y cuando los problemas tienen una raíz filosófica, una raíz que está en nuestra “filosofía de vida”, en nuestro modo de entender la vida, el experto es el filósofo. Para eso, para ayudar, y como alternativa y complemento a las psicoterapias, están los filósofos asesores, quienes nos guían y comparten el camino que nos lleva a nosotros mismos y que nos permitirá, a la postre, “tomarnos la vida con filosofía”.
Porque la Filosofía es útil. ¿Para qué? Para vivir. Porque nos ayuda a conocernos mejor a nosotros mismos. Y para eso no necesitamos ayuda terapéutica. Porque la ignorancia no es una enfermedad. Y la vida, tampoco.

¡NOS VAMOS DE COMPRAS! - Marzo 2007

Un año más, la primavera ha llegado.
No, no piensen que no sé lo que me digo, puesto que ya es primavera donde siempre se presenta antes que en ningún otro lado.
Y, aparte el hecho de que se altere la sangre, de que nos ataquen las alergias, de que en la calle sigue haciendo fresquito, de que los capullos emerjan acá y allá (bueno, esto no sólo en primavera, ustedes ya me entienden…)… e incluso muy a pesar de algunos poetas, la aparición de la primavera nos empuja a algo mucho más prosaico: ¿tenemos? que renovar nuestro guardarropa con las prendas de temporada. O sea, repetir el ritual que apenas hace dos meses ya hemos escenificado: ir de compras.
Y esto me plantea alguna que otra reflexión que quiero compartir para que usted, amigo lector, la haga suya y la elabore desde su propio criterio.
En el hecho de “ir de compras” confluyen dos intereses muy diferentes y, sin embargo complementarios: el del comerciante-vendedor, y el del consumidor-comprador.
¿Qué pretende el vendedor? Es evidente que vender, porque de ello depende su subsistencia, no sólo como comerciante, sino también como ser vivo.
Y, ¿qué interés guía al comprador? Veamos.
Hubo un tiempo en que uno iba a comprar aquello que le hacía falta en el momento en que lo necesitaba. Pero la “sociedad del bienestar” ha transformado el ir de compras en una actividad de ocio. Se va de compras como se podría ir al cine. Incluso hay quien frívolamente atribuye a esta actividad un cierto carácter terapéutico y así, para olvidar sus problemas, hace “shopping” (esto los más esnobs, claro) sin pensar que, cuando vuelva a su hogar, los problemas estarán esperándolo detrás de la puerta con el rodillo de amasar en la mano…
Por esto mismo, lo que el comprador demanda en la sociedad occidental del S. XXI, no es lo mismo que demandaba hace 30 años. Ni el comercio puede ofrecer hoy lo mismo que hace 30 años y pretender vender como lo hacía entonces. Hoy pasamos más tiempo en nuestro trabajo que en casa y el tiempo libre que nos queda, deseamos dedicarlo a disfrutar. Y por ello queremos hacer de la necesidad de comprar una ocasión para disfrutar. Así, nos gusta pasear mientras vemos lo que el comercio tiene para ofrecernos y para tentarnos. Y nos gusta también tener la posibilidad de hacer un alto en el camino para reponer fuerzas y poder luego seguir nuestro mercantil paseo. Escaparates atractivos y negocios de hostelería. Pero no sólo eso.
También nos gusta creernos libres y ejercer esa libertad que identificamos con el hecho de tener múltiples opciones para elegir. Por eso nos gustan los comercios con variedad, en los que podemos nosotros directamente manipular y examinar lo que compraremos o no, y donde no tenemos a un agente de la KGB alentándonos en el cogote, empujándonos a comprar lo que tiene y no lo que queremos.
Y como ciudadanos de una sociedad democrática, reivindicarnos nuestro derecho a que se respete nuestra dignidad y a que se nos considere personas inteligentes y libres, no intentando darnos gato por liebre, cosa que no siempre ocurre. Y entre estos derechos reclamamos el de equivocarnos, y, por tanto, el de que en caso de que no estemos plenamente satisfechos, se nos devuelva nuestro dinero (¿les suena?).
En fin. Que todos aprendimos en el colegio que el comercio se encuadraba en aquel sector socio-económico denominado Sector Servicios. Pues eso. Menos lamentos y más servicio. Y a buen entendedor, pocas palabras bastan.

Betanzos, marzo de 2007