jueves, 30 de julio de 2015

El problema de tener las cosas claras

1. Formulación del principio
No sé si será deformación profesional, o malformación vocacional, pero el caso es que no tengo nada claro. Me ocurre lo que proclama la imagen: que cuando supero mis dudas, es siempre para estar seguro de que no sé.
Pero no crean que esto me ocasiona ningún problema, ni que yo lo vivo como una limitación. No. Es precisamente este perpetuo no saber lo que me permite abrirme a aprender cada día algo nuevo, a descubrir nuevos aspectos de la realidad desde nuevas perspectivas...
Lo que sí me preocupa es encontrarme con personas que lo tienen todo muy claro. Esta especie de "lucidez" de la que algunos hacen gala, conduce inexorablemente a la intolerancia, la inflexibilidad, la arrogancia,... y va siempre de la mano de la ignorancia.
Tenerlo claro implica no estar nunca dispuesto a admitir el propio error y, por lo tanto, hace imposible su rectificación en el caso de que ésta fuese necesaria.
Tenerlo todo muy claro supone vivir encorsetado en un marco teórico-intelectual en el cual aquello que no tiene cabida no tiene valor, o, llevado al extremo, no existe...
Cuando uno no tiene las cosas claras, está abierto al diálogo con el otro, a escuchar, valorar, admitir o rechazar nuevas ideas, o ideas distintas a las de uno.
Cuando uno lo tiene todo clarísimo, no necesita escuchar a nadie, ni necesita que nadie le aporte nada, pues esa claridad llena su vida y sus actos.
Cuando dos o más lo tienen todo muy claro, pero no tienen claro lo mismo, el conflicto está servido, y pensando que la razón asiste a cada uno en sus convicciones, y dado que lo que es racional se impone con evidencia a todo el mundo, surge el enfrentamiento entre todos ellos para tratar de imponer "su" verdad, clara y diáfana.
Cuando uno lo tiene todo claro, y la vida se empeña en bordear esa claridad, el conflicto se internaliza, y el individuo en cuestión se escinde de sí mismo, entrando en batalla consigo mismo. Surgen ahí las frustraciones, los malestares, las crisis personales...
Ser consciente de que no sé, de que no lo tengo claro, forma parte de mi imperfección como humano, la cual me hace precisamente humano, frente a la infalibilidad de lo divino...

2. Aplicación teórica del principio
Todos guiamos nuestras vidas por principios morales. Cuando éstos son inflexibles, vivimos encorsetados, restando posibilidades a nuestra propia vida. ¡Cuántas veces no habremos oído a alguien proclamar con absoluta convicción aquello de que "mis principios me impiden hacer eso"!
Unos principios que limitan y coartan mi libertad responsable, no son dignos de llamarse principios, por muy morales que puedan ser considerados. Y como es imposible la moralidad sin la libertad (sólo puedo obrar moralmente cuando puedo elegir entre hacer y no hacer...), es evidente que, aún a pesar de su apariencia, tales principios no podrían ser considerados morales.

3. Aplicación práctica del principio
Leo en la prensa, con estupefacción, que se ha elegido como candidato para presidir una comunidad autónoma que próximamente celebrará elecciones, a una persona determinada (cuyo historial de despropósitos no tiene desperdicio) fundamentando precisamente su validez como candidato en el hecho de que "tiene las ideas claras". ¡Qué miedo! ¿Con qué talante y espíritu democrático este hombre se va a sentar a escuchar a nadie? ¿Qué respeto mostrará por las minorías que no tienen las mismas ideas claras que él?
No está en mi ánimo comparar, pero Stalin, Hitler, Pinochet, Franco,... tenían las ideas muy, muy claras. Las suyas. Y a los que no tuvieron las mismas claras ideas que ellos, intentaron imponérselas en el mejor de los casos. En la mayoría, intentaron hacerlas desaparecer por vía expeditiva...
Repito, ¡qué miedo!