martes, 5 de diciembre de 2006

¡YA ESTÁ AQUÍ LA NAVIDAD! - Diciembre 2006

No creo que les anuncie nada nuevo si les hago reparar en algo que ya se veía venir desde hace algún tiempo: ya está aquí la Navidad. En esto estaremos todos de acuerdo, aunque no todos lo interpretemos del mismo modo: caer en la cuenta de que “ya está aquí la Navidad”, induce diversos y distintos estados de ánimo en las diferentes personas que todos somos.
Así, las primeras sensaciones que tenemos ante la constatación del hecho son
asombro y desasosiego ante la fugacidad del tiempo. Para entendernos, que “¡hay que ver lo rápido que pasó este año!”. Algún día hablaremos en serio de ello, pero sí es cierto que cuanto más pasado tenemos, menos futuro esperamos, y el reloj acelera su marcha.
A la sorpresa le sigue la frustración, pues en este momento adquirimos conciencia de todos aquellos propósitos que hiciéramos al comenzar el año y que quedaron en eso, en propósitos. Y de modo casi natural, nos asalta la decisión, que se traduce en la actualización de esos proyectos, pero contemplados ahora como si fuesen algo novedoso, y aplazados a este nuevo 1 de enero que está por llegar.
Es en este momento cuando les toca salir a escena a dos estados de ánimo que, aunque aparentemente contradictorios, se complementan en nuestra vida como las dos caras en una moneda. Me refiero a la alegría y a la tristeza. Alegría, porque se reunirá toda la familia, lo cual no deja de ser sorprendente pues pareciera que las familias solamente tuviesen ocasión de compartir mesa y mantel una noche al año… Digo yo, ¿entonces a qué viene este empeño? ¿Es que el resto del año vivimos de espaldas a la familia? Yo creo que no. Y tristeza, porque el hecho de pensar en reunir a toda la familia nos hace creer que echaremos de menos a aquellos que ya no están. Otra… (le llamaría hipocresía, pero no quisiera que alguien se ofendiese) “cosa extraña”. Porque, o tenemos mucha capacidad de dominio sobre nuestros propios sentimientos y somos capaces de sentir la ausencia cuando lo deseamos, o bien a los ausentes los echamos de menos todo el año, día a día, en cada pequeño detalle que jalona nuestra vida…
Una vez superadas estas etapas del viaje hacia la Navidad, nos encontramos de pronto invadidos por una curiosa sensación: estamos poseídos por una arrebatadora disposición a la generosidad. Pero, como en un adelantado Carnaval, este espíritu dadivoso nos es más que el disfraz con el que vestimos la irracional fiebre consumista que, al igual que el virus de la gripe, nos contamina por estas fechas. Los síntomas, todos los conocemos: preocupación por qué regalaremos, especial cuidado en los manjares que adornarán nuestra mesa la noche de Nochebuena, compulsivo e irreflexivo manejo de las tarjetas bancarias, etc. Y todo esto, ¿para quién? ¿A quién va dirigido? A aquellos a quienes queremos. Pero resulta que dar algo desinteresadamente a quienes queremos no es generosidad, es amor. Somos generosos cuando damos lo que necesita, a quien lo necesita y cuando lo necesita. Claro que con esto dejamos cubierta nuestra cuota de virtud para una buena temporada. Hasta octubre del próximo año, más o menos, momento en que volverán a anunciarnos las fechas que se avecinan.
Aunque, al paso que vamos, tal vez dentro de algunos años se adelantará tanto la promoción de esta época que a 7 de enero estaremos comprando lotería y diciendo: “¡ya está aquí la Navidad!”.
Julio González
Betanzos, diciembre de 2006

POLÍTICAMENTE INCORRECTOS - Octubre 2006

”Nunca llueve a gusto de todos”. Hermoso aforismo. Y sabio. Hermoso y sabio porque se hace eco de uno de las peculiaridades más maravillosas de esta especie denominada Homo Sapiens Sapiens (oséase: nosotros, aunque no lo parezca). A saber, que la diversidad de los seres humanos lleva pareja la multiplicidad de perspectivas desde las que se interpreta la realidad; que cada uno de nosotros es irrepetible; que no es posible que todos (en sentido amplio) compartamos la misma opinión sobre alguna cuestión en concreto;… En definitiva, y como decía mi profesor de Religión (sacerdote todavía en activo), que “cada uno es cada uno y tiene sus cadaunadas”.
Ahora bien. Aun reconociendo lo arriba dicho, creo que sí, que todos podríamos estar más o menos de acuerdo en que hay cosas en el mundo que sería preciso erradicar: racismo, violencia de género, machismo, terrorismo, todos los fanatismos (incluso el de las sociedades occidentales por una determinada idea de democracia),…
Dura tarea esta de la superación de las discriminaciones que la mayoría de nosotros, en nuestra infinita ingenuidad, confiamos al saber hacer de los políticos de turno (aquí esbozo yo una maliciosa sonrisa que ustedes no ven, pero que está ahí). Y este es nuestro mayor error. Este es el gran obstáculo que se interpone entre nosotros y la realización de nuestro deseo de un mundo mejor. Porque puestos los responsables (me sonrío de nuevo, no puedo evitarlo) del asunto a dilucidar cómo será posible llevar a cabo tal empresa, encuentran mucho más cómodo, rápido y barato no llevarla a cabo. Ahora bien, como tales “responsables”, deben responder de sus actuaciones ante aquellos que depositan su confianza en ellos. Y, la verdad, a nadie nos gusta reconocer que la tarea que se nos encomienda nos supera y que no podemos llevarla a cabo. A ellos, menos. Por ello, y bien asesorados por sus “filósofos de cámara”, llegan a la conclusión de que es mejor cambiar el nombre de las cosas que las cosas mismas. Así, de este modo, nos vemos inmersos de lleno en el mundo de lo “políticamente correcto”, en vez de en el mundo de lo “correcto”.
Lo peor no es esto, con todo lo malo que esto es. Lo peor es que todos nosotros, en un alarde de papanatismo sin parangón, nos subimos a este carro sin dedicar ni cinco segundos al análisis de esa corrección política que lo único que hace es maquillar la realidad. Y los pocos que realizan tal análisis y tienen la “desfachatez” de dar a conocer su opinión, aparecen ante el público como “incorrectos” (políticamente incorrectos, pero incorrectos al fin y al cabo).
Los negros dejan de ser negros para pasar a ser afroamericanos, africanos o gente de color (se ve que los que no tenemos “ese color” en nuestra piel somos trasparentes), pero los seguimos mirando con recelo. Consideramos al lenguaje como un elemento machista y lo multiplicamos por dos: “Queridos/as compañeros/as, en un despliegue de igualitarismo y por consideración a vosotros/as, los/as trabajadores/as del género femenino cobrarán un 30% menos que sus colegas del género masculino por desempeñar la misma labor” (¡¿?!) Parece un chiste, pero no lo es.
¡Cuidado! No quiero decir que la corrección política carezca de valor. Pero sí exijo (en la medida en que puedo) que este lenguaje no-discriminatorio sea simplemente un síntoma de algún cambio que opere en la realidad; que reconozcamos derechos con la palabra, pero que lo hagamos más enérgicamente con nuestros actos. Porque ese será el verdadero cambio. El único cambio.
Por eso yo me declaro políticamente incorrecto, pero humanamente correcto (o al menos eso intento).

Julio González
Betanzos, octubre de 2006

COLABORACIONES EN PRENSA

Hace aproximadamente un año, comenzábamos a colaborar con la publicación de periodicidad mensual Betanzos e a súa comarca, editada por la Asociación de Comerciantes y Empresarios de Betanzos (ACEBE). Durante este tiempo, hemos intentado provocar la reflexión del ciudadano "de a pie" sobre diversos temas.
Ahora, este medio nos brinda la ocasión de que esas mismas propuestas sean conocidas por todos aquellos que sientan alguna curiosidad que vaya más allá de sus propias narices.
Al tiempo que se publiquen en prensa, las iré colgando aquí, para que sean disfrutadas o sufridas por cada visitante.
Gracias por tomaros la molestia de leerlas.