Me van a permitir que en esta ocasión comience citando a uno de los filósofos españoles vivos más importante e interesante de nuestra época (sí, créanme, todavía hay filósofos vivos, por más que la mayoría de mis colegas se empeñen en hablar sólo de los ya desaparecidos). Hoy citaré a José Antonio Marina. Dice el profesor Marina que “nuestra búsqueda de la felicidad es con frecuencia desgarradora, porque estamos movidos por dos deseos contradictorios: el bienestar y la superación. Necesitamos estar cómodos y necesitamos crear algo de lo que nos sintamos orgullosos, y por lo que nos sintamos reconocidos”. Por mi parte, nada que objetar. Pero ese primer deseo que menciona Marina me hace pensar. Y me hace pensar precisamente que tal vez esa sea la explicación para la desidia, dejadez, despreocupación,… (añádase lo que se estime oportuno) que caracteriza a la sociedad de nuestro tiempo.
Reconozcámoslo: en el fondo lo que nos priva es que nos den las cosas hechas. Todos somos maestros en el arte de “lo que habría que hacer”, pero ninguno (venga…, algunos sí, pero pocos) damos los pasos necesarios para hacerlo. Es más, siempre hablamos de “lo que tendrían que hacer”, y siempre son otros los tendrían que hacer algo, mientras nosotros esperamos a ver si lo hacen y lo hacen bien.
“Total, para lo que va a servir…” es el consabido lema con el que disfrazamos de sabiduría esta actitud que no es más que ignorancia. Damos por sentado que nada de lo que podamos hacer nosotros por mejorar ayudará a construir un mundo mejor. Y como este prejuicio nos contamina a todos, nadie hace nada (es una exageración), el mundo “está como está” y así nos va. Llevamos a la sociedad por el camino equivocado a la vez que no nos cansamos de repetir: “Pero, ¡¿a dónde iremos a parar?!”.
Ejemplos, sobran: no presentamos reclamaciones cuando vemos atropellados nuestros derechos, y esperamos que esa situación se arregle sola; no participamos en las asociaciones ciudadanas, y confiamos en que las cosas nos caigan del cielo (sean fiestas, procesiones, clubes de lectura o grupos de baile…); no tomamos parte activa, en fin, en la llamada Sociedad Civil (o sea, la tropa de a pie: ustedes y yo), pero esperamos que la Sociedad Civil sea el “no va más” de la actividad…
Yo creo que contamos en la actualidad con una cantidad suficiente de opciones para intentar conseguir aquello que creemos que nos merecemos o que pensamos que es justo. Y se acerca ahora una ocasión única para comprobar lo que digo.
Este mes deberemos elegir a quienes regirán los destinos de nuestro ayuntamiento durante los próximos cuatro años. Muchos de ustedes puede que tengan claro el sentido de su voto, pero también tengo la seguridad de que gran parte del electorado parte de la premisa de que “todos los políticos son iguales” y, por tanto, tanto dará a quién vote pues será siempre “el mismo perro con distinto collar”. Conclusión: a abstenerse tocan. Pues permítanme la rudeza, pero se trata de la máxima expresión de ignorancia democrática. Porque su abstención contribuirá a que efectivamente todo siga siendo como es, en lugar de ser como debe ser. Su abstención contribuirá a perpetuar ese estado de cosas que usted critica. Recordando lo que decía el profesor Marina, su abstención es la comodidad. La valentía está en dar el paso de participar para que cambie lo que tiene que cambiar, si es que algo tiene que cambiar. Y si usted se equivoca, dentro de cuatro años tendrá ocasión de volver a poner sobre la mesa (electoral) su opinión. Y cuando todos hagamos lo mismo, las cosas se parecerán más a lo que deben ser que a lo que son (si es que no son ya como deben ser…).
Julio González
Licenciado en Filosofía. Filósofo Asesor
Betanzos, mayo de 2007
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