Como siempre, ante el inicio de otro año, nos hemos cargado de buenos y nuevos propósitos. Como siempre, dejaremos de fumar. Como siempre, perderemos esos kilillos que nos sobran. Como siempre, abandonaremos la vida sedentaria, aderezándola con un poco de ejercicio diario. Como siempre, dedicaremos más tiempo a nuestra familia y amigos. Como siempre, dejaremos de ser indiferentes ante las injusticias,… Y, como siempre, todos estos propósitos, decisiones, promesas,… terminarán siendo eso: propósitos y promesas que serán renovados cuando el presente año se acerque a su fin dejando paso a uno nuevo.
Este hecho no reviste mayor importancia, e incluso resultaría gracioso si no fuera porque es síntoma de la inconsciencia con la que manejamos nuestras vidas los seres humanos: dedicamos más tiempo a mirar un mueble con el que pretendemos decorar nuestro salón que a examinar nuestra propia vida.
Por eso me atrevo a proponer una pequeña receta para que esta situación, convertida ya en hábito, dé paso a la toma de control de nuestras propias vidas por parte de cada uno de nosotros. Y esta receta tiene tres ingredientes fundamentales: serenidad, valor y sabiduría.
Serenidad para aceptar las cosas que no podemos cambiar. Porque hay cosas en nuestra vida que no dependen de nosotros. Son las cosas “que nos pasan”. Una enfermedad, la muerte de algún ser querido, etc., son hechos que ocurren sin que nosotros podamos intervenir para impedirlos. Saber esto, y, lo que todavía es más importante, saber aceptarlo, es el primer paso para que seamos nosotros mismos, y no las circunstancias, los que manejemos nuestra vida con plena conciencia. No hablamos de resignación ni de conformismo, ya que para éstos nada depende de nosotros. Hablamos de aceptación valiente, de amor por la vida.
Valor para cambiar aquellas cosas que sí dependen de nosotros. Porque nuestra vida nadie nos la da hecha, sino que tenemos que irla proyectando y levantando día a día, haciendo elecciones, tomando decisiones y actuando en consecuencia. Y esas elecciones, decisiones y actos deben ser “nuestros”, es decir, deben ser la máxima expresión de nuestro auténtico ser. ¿Permitiríamos que el gobierno de la nación nos dijera qué coche debemos comprar cada uno de nosotros? No, ¿verdad?. Entonces, ¿por qué permitimos que gobiernos, iglesias, elites socio-económicas o cualquier otro que no sea “yo” me diga qué debo hacer con mi vida, lo que está bien y lo que está mal?
Sabiduría para distinguir unas de otras, para no empecinarnos en modificar aquello sobre lo que no tenemos poder (lo que conduce a la desesperación), pero también para no paralizarnos no intentando cambiar aquello que nos desagrada en nuestra vida (lo que conduce a la esclavitud).
Cuando hayamos examinado nuestras vidas desde la serenidad, el valor y la sabiduría, habremos conseguido el viejo ideal que alumbró la Filosofía en sus orígenes: ser maestros en el arte de vivir. Y entonces será el momento de proyectar, prometer, proponerse y conseguir del nuevo año que no sea uno más.
Julio González
Betanzos, enero 2006
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