Queridos todos:
Al fin llegaron. Once meses esperándolas y ya están aquí las tan deseadas vacaciones. Ahora me toca descansar, disfrutar y ser feliz… Me lo merezco. He pasado el último año sometido a la maldición bíblica del trabajo, a esa ocupación inevitable y desagradable de la que hay que liberarse a la menor ocasión.
Pero ahora estoy de vacaciones. ¡Ay, de vacaciones! Casi ni me lo creo. Aprovecharé para hacer todo aquello que no puedo hacer el resto del año, secuestrado como estoy por mis obligaciones laborales.
Empezaré por poner en orden mi casa: limpieza general, repintado de paredes,… Habrá que arreglar esos pequeños desperfectos que el uso cotidiano va ocasionando en nuestro hogar. Sí, sin duda. Empezaré por esto y me dedicaré concienzudamente a ello durante la primera semana de vacaciones, porque después tengo ya reservado un viaje por Estados Unidos. Interesantísimo. Recorreré todo el país en dos semanas. Cada día visitaré una ciudad distinta. De acuerdo que así, a primera vista, parece un poco apurado y agotador. Pero hay que aprovechar el tiempo de vacaciones. Ya me relajaré cuando vuelva. Entonces será el momento de ir a la playa, salir con los amigos, descansar… Me encanta esta última semana porque cada día voy a una playa distinta. Yo no soy de los que van siempre a la misma. No. Yo hoy voy a la de aquí, mañana voy a aquella otra que me han dicho que es una gozada. Al día siguiente a la de más allá que es preciosa… En fin, no todo va a ser conocer otros países. Habrá que conocer también el nuestro.
Tras la playa, ducha, cena y copas. Acostarse tarde. Sin prisas. Sin agobios. Sin obligaciones. Como no hay que madrugar, me levantaré al día siguiente cuando el cuerpo me lo pida y saldré en dirección al paraíso natural que me toque disfrutar ese día. Así hasta que se agote mi paréntesis anual de ocio.
Claro que yo ya habré estado dos semanas deseando que todo volviera a la normalidad de una vez, que pensaré y diré, como todos los años, que “ahora me hacía falta otra semana para descansar de las vacaciones”, que tendré que superar el “síndrome post-vacacional”, que hubiera descansado más si no las hubiera tenido. Pero bueno, que me quiten lo bailado.
¿Y qué habré hecho? ¿Para qué habrá servido este período vacacional? Sé que todo cuando hago, sea trabajar o descansar, es una ocasión propicia para encontrarme conmigo mismo, hacer aquello que realmente me gusta, sentirme pleno y transformarme en una mejor persona. Pero yo no habré empleado mis vacaciones en ello. Tal vez deba replanteármelas. Deberían ser un tiempo privilegiado para la libertad personal, la iniciativa y la creatividad. No sólo una evasión, un descanso o una compensación, sino que, vividas activa y densamente, han de constituir un motor de plenitud gratificante, una ocasión esplendorosa de relaciones interpersonales, sin prisas, sin agobios ni urgencias. Un tiempo para que emerjan potencias y posibilidades dormidas en nosotros y desconocidas para nosotros mismos, para descubrir qué y quiénes somos, para ser nosotros mismos.
Por eso estoy pensando que este año mis vacaciones las dedicaré a lo que yo quiera. No pienso permitir que nadie me diga lo que debo hacer en vacaciones. Me he pasado estos últimos once meses cumpliendo las obligaciones impuestas por la necesidad de trabajar para vivir. Ahora me toca a mí. Hasta dentro de otros once meses no volveré a disponer de tanto tiempo sólo para mí. Por eso pienso ser feliz haciendo lo que me gusta y me hace sentir mejor. Y me gustaría que vosotros también lo fuerais.
Julio González
Betanzos, agosto de 2006
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