Según refleja el Cuaderno Forética nº 8: Guía para la Gestión de la Igualdad en las Organizaciones, el constante cambio que caracteriza nuestra sociedad y nuestra economía nos ha conducido a “una economía de servicios fuertemente marcada por las exigencias de la globalización y la alta competitividad del mercado”, globalización que trae consigo el hecho de que las empresas compartan información, materias primas y mercados, lo que a su vez supone la unificación de productos y servicios.
En esta situación, la competitividad de la empresa no puede desligarse de la capacidad que ésta tenga para diferenciarse. Evidentemente, tal diferenciación debe descansar en la aptitud que tenga la empresa para potenciar sus propios valores intangibles, valores que descansan en su propio potencial humano.
Esta capacidad para generar esos valores pasa por la integración de la Responsabilidad Social Corporativa en la gestión corporativa de las empresas.
Gracias, entre otras razones, al espaldarazo institucional recibido por parte de la Unión Europea, que se inciara con el lanzamiento del Libro Verde de la Comisión Europea: Fomentar un marco europeo para la Responsabilidad Social de las Empresas (2001), e impulsado con la sucesiva publicación de distintas comunicaciones sobre el tema, la RSC se ha erigido en una de las tendencias más actuales de la gestión empresarial.
En este sentido, la integración de la Responsabilidad Social Corporativa en la praxis empresarial ha planteado y plantea dilemas morales y conflictos de valores que sugieren la necesidad (o al menos, la relevancia para esa gestión) de contar con la colaboración directa, el consejo o el asesoramiento de “asesores éticos” cuya labor se dirigiría no ya hacia el cómo, sino más bien hacia el por qué de las políticas, estrategias y acciones de la empresa. Tal tarea consistirá más en un proceso de ayuda a la toma de decisiones en la organización que en un producto o decisión concreta, al tiempo que ayudará a la empresa a reflexionar sobre el tipo de procedimientos que está desarrollando.
Así, el experto ético es aquella persona que posee las habilidades y destrezas para desarrollar un cierto tipo de razonamiento, que tiene en sus manos un cuerpo relevante de conocimiento y que está comprometido con la utilización de esas habilidades y conocimientos para valorar los puntos fuertes y débiles de los argumentos y posiciones morales. Estas habilidades son más procedimentales que sustantivas. Su tarea se fundamenta más en hacer accesible las reglas de la razón y la argumentación que el contenido de tales reglas.
No sé... ¿Qué les parece a ustedes?
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