Sí. De acuerdo. “Ética” y “Empresa” en la misma frase, da como “arrepíos”. Sé que aparecerán puristas de la reflexión ética que pondrán el grito en el cielo (“¡Pero éste qué se cree! ¡Cómo se puede mezclar lo ético con el lucro y el beneficio económico!”). Y también sé que surgirán fundamentalistas defensores de la empresa que esbozarán una sonrisa ladeada a la vez que piensan: “¡pobriño, qué ingenuo!” Soy consciente de todo ello y asumo el riesgo, porque estoy firmemente convencido de que sólo el pensamiento que arriesga, el que se va al límite, puede llegar a conocer hasta dónde puede alcanzar sin precipitarse al vacío. Para saber hasta dónde me lleva un camino, no tengo más remedio que seguirlo.
La primera cuestión que nos surge es clara: ¿qué relación existe entre la ética y las empresas? Y, como siempre (es lo que tiene el pensar detenidamente un tema, que las cosas nunca resultan estar claras al ciento por ciento), podemos barajar varias respuestas.
Habrá quien opine que “el negocio es el negocio”, considerando que existe un enfrentamiento irreconciliable entre dos valores: la eficiencia característica del ámbito económico y la justicia propia del ámbito de la ética. Y es que en el fondo, lo que están pensando es que la única finalidad de los negocios es la obtención del máximo beneficio posible, y pretenden justificar conductas moralmente incorrectas mediante ese tópico de que el negocio es el negocio.
También estarán los que sostengan que la relación entre ética y negocio debe limitarse a unos mínimos que coinciden exactamente con lo que establece la legalidad vigente. Y a estos, les recordaría yo lo que una de las máximas figuras de la historia de la filosofía (Inmanuel Kant) ya nos advertía en el s. XVIII: que hay que distinguir las acciones contrarias al deber, de las acciones conforme al deber y de las acciones por deber. Lo verán mejor con un ejemplo. Si yo no pago mis impuestos, estoy actuando contra el deber. Si yo pago mis impuestos para evitar que me sancionen, estaré llevando a cabo una acción conforme al deber. Si lo que hago es pagar mis impuestos porque creo que es mi obligación y entiendo que es lo que debo hacer, sin pensar en lo que evito u obtengo con esa acción, lo que estoy haciendo es actuar por deber. Por tanto, limitar cualquier conducta a aquello que dicta la legalidad vigente sin intentar ir más allá aunque mi conciencia me dicte otra cosa, será siempre una conducta legal (conforme al deber), pero no ética (por deber).
Por último, estamos los que pensamos (¡vaya, ya me estoy descubriendo!) que es imposible separar ética y economía, que la actividad económica moralmente aceptable es la que se mantiene dentro de los límites de la atención a las necesidades, mientras que la que sólo busca el enriquecimiento es parasitaria y despreciable (tampoco piensen que soy yo en esto muy original, puesto que esto ya lo afirmaba Aristóteles hace 2500 años, y más recientemente el propio Adam Smith, padre del liberalismo económico). En esta convicción se instala la propia Comisión Europea, que ya desde el año 2002 viene promoviendo la Responsabilidad Social de las Empresas (RSE), según la cual las empresas deciden voluntariamente contribuir al logro de una sociedad mejor y un medio ambiente más limpio.
Admitiendo que puede existir esa relación entre ética y empresa, surge la siguiente cuestión: ¿y qué es una empresa ética? Pues podríamos decir que una empresa ética es aquella cuya actividad tiene en cuenta a todos los afectados por ella, es decir, consumidores, proveedores, empleados, directivos, técnicos, etc.
Sería ingenuo por mi parte pensar que nadie objetará que la ética en la empresa es sólo un maquillaje para ocultar otros intereses menos confesables. Evidentemente, así puede ser, pero también es verdad que buscar un nuevo modelo de empresa es una auténtica exigencia de nuestro tiempo. Y ese nuevo modelo de empresa viene implantándose lentamente en Europa desde hace ya algunos años. Un nuevo modelo en el que las empresas son agentes morales y, por tanto, responsables de las consecuencias de sus actos. Un nuevo modelo en el que la legitimación de la empresa pasa por no perder de vista que la finalidad última de su actividad es la satisfacción de necesidades humanas; en el que es necesario tener en cuenta los intereses de los consumidores, garantizando una participación efectiva de éstos. Un nuevo modelo en el que los miembros de la empresa son interlocutores válidos, cuyos derechos tienen que ser respetados, por lo que no caben las prácticas humillantes y la falta de respeto a cualquier empleado. Un nuevo modelo en el que éstos deben esforzarse en el cumplimiento de sus obligaciones y deben corresponsabilizarse por la marcha de la empresa a la que pertenecen.
En resumen, que ha llegado la hora de asumir en la empresa una ética de la responsabilidad y la cooperación que toma en serio la igual dignidad de las personas y el cuidado del medio ambiente. Esto es un signo de inteligencia de la humanidad, puesto que asegura su propio futuro y su calidad de vida.
Si la cultura empresarial de nuestro país hubiese ido por ese camino, tal vez nos hubiésemos ahorrado algún que otro ERE, alguna reforma laboral y muchos, muchos disgustos...