No hay justicia. Bueno, al menos, eso es lo que piensa la mayoría de la ciudadanía. Y es que llevamos una temporada que vaya, vaya... Estoy por asegurar que no hay día en que los medios de comunicación no se hagan eco de algún caso que, a bote pronto, nos conduce a esa conclusión.
Y no es que yo quiera erigirme aquí en abogado defensor de nadie (nunca mejor dicho, hablando de este tema...), pero sí me gustaría que reflexionáramos un poco antes de emitir nuestra propia sentencia sobre el asunto de la justicia. Como siempre, no pretendo convencer a nadie de nada. Tan sólo aspiro a promover el cuestionamiento de nuestras propias opiniones (las de usted que me lee y las mías que escribo).
Según yo lo veo, en este tema (como en muchos otros, no crean) hay un error de base. Cuando ante una resolución judicial o una sentencia determinadas exclamamos aquellos de “¡No hay justicia!”, yo echo en falta la siguiente pregunta: ¿en verdad no hay justicia o es que no nos gusta la que hay?
Y es que solemos valorar estas cuestiones desde nuestro personal concepto de justicia. Y ocurre que éste, la más de las veces, no nos engañemos, está más cerca de la idea de venganza que de otra cosa. En el fondo, nos pone lo de ir quitando ojos y arrancando dientes... Esperamos que la justicia devuelva las cosas a su sitio, que repare el daño que algo o alguien haya podido causar. Pero, ¿es esto posible? Pongámonos en un caso extremo: un asesinato. ¿Puede la justicia de algún modo devolver la vida al asesinado? ¿Qué se puede hacer para reparar el desaguisado? A mi entender, no hay justicia humana (y no sé si divina) que pueda hacer esto.
En realidad, es verdad que no hay justicia. Pero es una verdad “sucia”. Y me explico.
Conviene, cuando hablamos de justicia, distinguir entre dos concepciones: la “judicialista” y la “trascendentalista”. Vamos, para entendernos, entre la justicia entendida desde el punto de vista de “lo legal” y la justicia entendida desde una perspectiva “moral”. O, lo que es lo mismo, la justicia concebida como poder judicial y la justicia concebida como la más importante de las virtudes, aquella que inclina a dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece. Hablaríamos así, de distinguir entre Justicia “Legal” y Justicia “Moral”. La primera se refiere al acuerdo con la ley establecida. La segunda, al acuerdo con un determinado código moral, o, en general, con lo que es “ético” y lo que no lo es.
Y así resulta que cuando reclamamos a los jueces que hagan valer la justicia, lo que en realidad les estamos exigiendo es que impartan justicia moral. Pero su función es la de garantizar el cumplimiento de la ley y sancionar los casos en que esa misma ley es vulnerada. Por eso digo que es una verdad sucia la negación de la existencia de la justicia, pero verdad al fin y al cabo. Porque aun siendo verdad que todos esperamos del poder judicial que castigue a los malos y premie a los buenos, lo cierto es que su tarea principal es hacer valer el peso de la ley (cosa distinta es si la ley es justa o no, pero ese es otro charco en el que no pienso meter hoy los pies ...)
A esto hay que sumar el hecho de que las normas legales han de ser interpretadas. No se puede aplicar la ley como si de una fórmula física o una receta de cocina se tratase. Y por ahí es por donde se puede abrir paso la injusticia. Porque la ley, por poner un ejemplo, puede considerar un agravante el ensañamiento (por ejemplo en caso de agresión), pero dependerá del que juzga el determinar si asestarle ciento veinte puñaladas a alguien es muestra de ensañamiento o no... Por eso distintos jueces pueden emitir dictámenes distintos sobre un mismo caso. Y ello contribuye no poco a que nos afirmemos en nuestra convicción de que no hay justicia.
Porque en el fondo, no nos engañemos, cuando hablamos de Justicia, así con mayúsculas, en su acepción moral, estamos alimentándonos del trasfondo judeo-cristiano de nuestra cultura y entendiendo por justicia la “divina disposición con que castiga o premia, según merece cada uno”, como bien señala el diccionario de la Real Academia Española. Y por ser divina, es infalible, no necesita ser justificada y mucho menos puede ser cuestionada o interpretada... Pero el conjunto del sistema judicial está construído en la idea, precisamente, de que es falible en la interpretación de la ley, por eso las sentencias judiciales deben fundamentarse (mostrar cómo está siendo interpretada la ley) y debe ser posible recurrirlas ante otra instancia judicial...
Así, pues, no es sencilla la cosa... No obstante, créanme, yo también tengo la sensación de que no hay justicia, pero albergo la esperanza de que cada vez se confundan más las versiones legal y moral de la justicia...
Publicado en Betanzos e a súa comarca. Mayo de 2012
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