martes, 10 de agosto de 2010

GALICIA PLURILINGÜISH - Febrero 2010

¡Jo! ¡Qué suerte! ¡Es supermegaguay y requetequetechupi!
Resulta que los jóvenes del futuro no serán monolingües. Ni siquiera bilingües. TRILINGÜES. ¡Ahí es ná! Y todo ello por obra y gracia del nuevo decreto que nuestra nunca bien ponderada Xunta de Galicia publicará lo antes posible (ya se sabe que, puestos a gobernar a golpe de decretazo, lo mejor es hacerlo con la máxima celeridad y cuando los coles están de vacaciones, no sea que a alguien le dé tiempo de pensar y oponerse…) para poner orden en el caos lingüístico que se vive en los centros educativos en la actualidad.
Y es que resulta que con el actual decreto que regula el uso del gallego en las aulas (ese que el Parlamento aprobó por unanimidad en 2007), se da la insostenible circunstancia de que los niños y niñas de aquí tienen que estudiar en la lengua de… aquí (¡habrase visto incongruencia al paso!). Y así se produce una situación de inmersión lingüística que no se puede consentir (salvo cuando enviamos a nuestros hijos a estudiar inglés al extranjero buscando precisamente esa inmersión). Y es que es demasiado.
Primero, gallego en clase: el profe habla en gallego, los libros están en gallego, las respuestas las tienen que dar los chicos en… bueno, ahí ya cada uno…
Luego llegas a casa, pones la tele, y resulta que la mayoría de los canales emiten en… En fin, sigamos.
Decides a leer el periódico, o una revista, y oye, para encontrar una en castellano… no tienes más que alargar la mano. Mientras tanto, si quieres prensa en gallego… Vale, no la ves porque la esconden detrás de la otra, pero está ahí.
Enciendes la radio, haces viajar la aguja del dial (uno es ya, para estos tiempos, un poco antiguo) y lo único que oyes es hablar en esa lengua discriminada a pesar de Cervantes, en tanto que en gallego tienes por lo menos… algunas emisiones.
Vas al cine. Y como las películas son mayoritariamente extranjeras, hay que doblarlas, que aquí lo de los idiomas se nos da muy mal (alguien tendrá que explicar por qué después de pasarse al menos seis cursos estudiando inglés, un chico que termina el bachillerato no es capaz de hablarlo ni entenderlo), y es mejor doblar las “pelis” al… ¿castellano?
Es lo mismo. El caso es que con el gallego, ya se sabe, no se va a ninguna parte. Y que se anden con mucho ojito los suecos, noruegos, daneses, finlandeses y hablantes de esas pequeñas lenguas, que con esto de la UE, lo mismo desde esta esquina de la piel de toro les lanzamos un decreto a los morros para que estudien en sueco, noruego, danés, finlandés, inglés y chino (que esa sí que es una lengua en la que se puede hablar con mucha gente…)
Bueno… En fin… Lo mejor de todo casi es que los papás podremos elegir libremente la lengua en la que queremos que se eduque a nuestros retoños (ya ven qué triste: nos preocupa más en qué lengua aprenden en el cole que lo que aprenden en él, en casa y en la calle…). Así, si la mayoría de los padres de los alumnos de un curso quiere que se enseñe a sus hijos en castellano, aunque sólo sea por una diferencia de un voto, todos serán enseñados en castellano. Y es que ahí, la libertad para elegir la lengua en la que la minoría quiere que se eduque a sus hijos no cuenta. Y esa elección valdrá por cuatro años, con lo que esa libertad con la que se les llena la boca, dejará de existir para los papás y mamás de los chiquitines que se incorporen a lo largo de los tres siguientes cursos. Pero, ¡qué más da! Un puñado de votos bien vale el sacrificio…
Por cierto que les cuento una confidencia de fuentes muy bien informadas (léase in-formadas=no-formadas): Por lo visto la Consellería de Cultura está estudiando convertir en Galicia en un país pluricultural, por lo que está elaborando las bases para un decreto que regule la cultura gallega. Así, por ejemplo, se contemplará que en el Antroido los menús deberán estar compuestos en una tercera parte por lacón con grelos, otra tercera parte a elegir por los comensales entre cocido madrileño o tortilla española, y el tercio restante conformará el postre, en el que deberán sustituirse las insípidas y limitadas filloas por unos ricos crêpes rellenos de mantequilla de cacahuete. De verdad de la buena.
¡Ah! Por cierto. Escribo en castellano porque me da la gana.

SOBRE VER Y HACER - Mayo 2010

“A donde fueres, haz lo que vieres”.
Este es uno de los argumentos (tan discutible como el resto) que utilizan aquellos que se oponen al uso en las aulas del llamado “velo islámico”. Y, al igual que ocurre con todos los otros argumentos que esgrimen quienes quieren justificar su oposición, lo manejan como si fuese una verdad evidente e indudable. Incluso podrían encontrar apoyo en reconocidos filósofos que en el mundo han sido, como nuestro viejo amigo Descartes, quien propone ese principio como una de las normas de su moral provisional. Claro que aquí lo importante es el adjetivo: provisional, es decir, aceptado como válido para una circunstancia concreta, a la espera de poder disponer de una moral racionalmente fundamentada. Vamos, que lo que Descartes venía a decir era: como quiero llegar a poder guiar mi conducta según unas normas morales de cuya validez y veracidad no se pueda dudar, mientras no llegue a descubrir esas normas, me dejaré conducir por ésta (entre otras, claro).
Más allá de lo que diga Descartes o quién sea, lo que parece claro (a mí al menos) es que más que una norma moral de validez universal, ese “a donde fueres, haz lo que vieres” no parece ser más que un buen consejo práctico para la convivencia que, por supuesto tiene sus límites. Porque si lo que yo viere adonde fuere perjudicare o causare sufrimiento a otros, a lo mejor yo debiere inhibirme de hacer lo que viere allá donde fuere (creo que me he complicado un poco la vida con los verbos, pero es lo que hay…).
Ahora bien, como todo consejo (bueno o malo), esconde una intención. Y, ¿cuál es la intención que esconde éste en concreto? Pues creo yo que el interés extremo que la sociedad (así, en abstracto) tiene por “aborregarnos”, por absorver la diferencia, por normalizar lo minoritario (entendido como lo “no mayoritario”).
Y, aunque todo esto que les expongo, viene a cuento del asuntillo del “velo islámico” (¿por qué al pañuelo con el que mi abuela se cubría la cabeza no se le llamaba “velo cristiano”? Porque para “escorrentar” el frío no servía…), lo que resulta interesante de la cuestión es que, empezando este del velo con un hecho particular, nos lanza al debate acerca de la integración cultural de los inmigrantes (nos lanza a más debates, si nos ponemos, pero no quiero que piensen de mí que soy un lanzado…).
En ese debate es en dónde aparecen esos otros argumentos peregrinos a los que me refería al principio. Por ejemplo, dice alguien: “Si no les gustan las costumbres de nuestro país, que se vayan al suyo”. ¡Señor, señor!. Incalificable. Además de considerar que eso que se llama “país” (vaya usted a saber a qué se refieren: a un modo de vida, a una extensión territorial, a los hablantes de una lengua determinada,…¿?) es propiedad de alguien, lo que me llama la atención es que este tipo de argumento nos sitúa en la dialéctica del nosotros y el ellos. Y como ustedes, fieles seguidores de esta columnilla, me son muy aplicados, recordarán que en mi anterior colaboración hablábamos de cómo nosotros podemos ser nosotros porque existen unos ellos; y, a su vez, pueden existir unos ellos porque existimos nosotros. ¿Dónde está el problema entonces? En que el nosotros lo colocamos un poquito más arriba que el ellos. Esa dialéctica de la que les hablaba líneas arriba, no es entendida en un plano horizontal (nosotros al lado de ellos), sino vertical (nosotros por encima de ellos).
Al final, a lo que todo esto nos lleva es a la consideración de una virtud fundamental para la convivencia: la tolerancia (con la que tanto se llenan la boca algunos y de la que, por supuesto, les hablaré en detalle en otro momento…). Déjenme que les dé una definición: Tolerar es aceptar lo que podríamos condenar, es permitir lo que podríamos impedir o combatir. O sea, nosotros, que podríamos condenar, aceptamos. Y nosotros, que podríamos impedir, permitimos. ¿De verdad les suena bien?
En fin, que no sé yo si una alumna puede o no puede, debe o no debe, llevar la cabeza cubierta dentro del aula, pero sí sé que ese mismo derecho de hacer ostentación pública de algo que pertenece al ámbito de la moral privada, que algunos pretenden negar ahora, es defendido por los mismos a capa y espada cuando de lo que se trata es de no retirar crucifijos de las aulas (aconfesionales), o de salir en procesión por las calles (públicas) manifestando así la grandeza de nuestra fe (privada).
Sinceramente, me cuesta entenderlo…

CERRADOS POR REFORMAS - Julio 2010

Reforma laboral, reforma del sector energético, reforma del sector financiero, … Parece que , de pronto, los responsables del asunto económico en este nuestro país (y, créanme, no me refiero a nuestros responsables políticos), hayan caído en la cuenta de que aquello que parecía funcionar tan bien (especialmente para su beneficio, el de ellos) ya no sirve (es decir, ya no sirve a su provecho) y, por tanto, se impone una reforma del cotarro a todos los niveles.
Hagan memoria, hagan. En el momento álgido de “la dificilísima situación de crisis económica” que estamos viviendo, se planteó la necesidad de una refundación del capitalismo. Incluso el principal promotor de ese sistema económico (los Estados Unidos de América, ya ve usted) defendía lo inexcusable de esa obligación. De esto hace ya casi dos años y se ve que lo de refundar debe ser una ardua tarea, porque tras algunas reuniones del G20 (ese club para ricos al que pertenecen los que mejor promueven la filosofía del “mientras a mí me vaya bien, a los demás que les vayan dando”), la conclusión es que “bueno, sí, pero tal vez no, o ya ves, qué quieres que te diga, todo es del color del cristal con que se mira, y, bien mirado, refundar, refundar,… tampoco es tan necesario. Lo importante es que parezca que hacemos algo, no que lo hagamos”. Y, así, nos “sugieren” unas cuantas reformas que debemos abordar si no queremos convertirnos en uno de “esos” países así, como Grecia.
Y nosotros, que te somos muy guiadiños, ahí estamos, de reforma. Laboral, claro. No vamos a empezar por las otras, que igual tocamos partes delicadas a personas o corporaciones más delicadas todavía…
Y con ese objetivo, sentamos en una mesa, a negociar (¿es que la reforma laboral puede ser un negocio?) a sindicatos y empresarios. Los unos, rehenes de una ideología (en el sentido de idea que distorsiona la percepción de la realidad) fundamentada en la dialéctica opresor-oprimido que los otros, con su estrecha y corta concepción de “empresa”, alimentan. Sigue el empresariado anclado en la idea decimonónica de que la única responsabilidad de la empresa es la de obtener beneficio económico (no todas y, si no, vean qué empresas resisten la crisis), ignorando (porque es una cuestión de ignorancia, no de otra cosa) la responsabilidad social. Y siguen los sindicatos empeñados en hacernos creer que todo lo que sea bueno para la empresa es malo para el trabajador. Así, ¿cómo van a llegar a ningún acuerdo?
A falta de espacio para profundizar más y exponerles unas cuantas cuestiones relativas a la Responsabilidad Social Corporativa y la Ética Empresarial (a las que prometo dedicar mi próxima colaboración), la conclusión a la que yo llego es la siguiente:
Creo yo que, previa a cualquier otra reforma, debería abordarse la reforma de las cabeciñas de los cabecillas (políticos, empresariales y sindicales). Porque mientras sigan unos pensando que “globalización” quiere decir que TODOS sirvan a mis intereses; mientras continúen convencidos otros de que para que se favorezca la contratación del trabajador que necesito, es indispensable que pueda despedirlo por las bravas, como si fuera un bolígrafo que tiro porque no me gusta el color en el que escribe (es decir, utilizando a las personas como un medio para conseguir un objetivo); y sigan otros sin darse cuenta de que como trabajador me irá tan bien o tan mal como le vaya a la empresa (investiguen, investiguen cómo funcionan los sindicatos por ahí afuera, en esos países de muy al norte, hacia los que dirigimos la mirada como modelo de “bienestar”); mientras todo esto siga siendo así, ya podemos llevar adelante las reformas que sea, que la situación se reproducirá como esa mancha de humedad que pretendemos hacer desaparecer pintando sobre ella.Por eso yo sugiero que mientras llevamos a cabo esa reforma del fondo más que de la forma, a los responsables políticos y a las organizaciones empresariales y sindicales, nosotros, ciudadanos, les colguemos el cartelillo de CERRADOS POR REFORMAS.

SI ES QUE NOS PUEDE LA PEREZA...

Hace un año y medio que prometía volver con energías renovadas... que tan solo duraron el tiempo que tardé en escribir aquella entrada...
Hoy de nuevo hago firme propósito de enmienda y, para comenzar, publico un par de cosillas que están guardadas en el cajón y publicadas en Betanzos e a súa comarca.