¡Jo! ¡Qué suerte! ¡Es supermegaguay y requetequetechupi!
Resulta que los jóvenes del futuro no serán monolingües. Ni siquiera bilingües. TRILINGÜES. ¡Ahí es ná! Y todo ello por obra y gracia del nuevo decreto que nuestra nunca bien ponderada Xunta de Galicia publicará lo antes posible (ya se sabe que, puestos a gobernar a golpe de decretazo, lo mejor es hacerlo con la máxima celeridad y cuando los coles están de vacaciones, no sea que a alguien le dé tiempo de pensar y oponerse…) para poner orden en el caos lingüístico que se vive en los centros educativos en la actualidad.
Y es que resulta que con el actual decreto que regula el uso del gallego en las aulas (ese que el Parlamento aprobó por unanimidad en 2007), se da la insostenible circunstancia de que los niños y niñas de aquí tienen que estudiar en la lengua de… aquí (¡habrase visto incongruencia al paso!). Y así se produce una situación de inmersión lingüística que no se puede consentir (salvo cuando enviamos a nuestros hijos a estudiar inglés al extranjero buscando precisamente esa inmersión). Y es que es demasiado.
Primero, gallego en clase: el profe habla en gallego, los libros están en gallego, las respuestas las tienen que dar los chicos en… bueno, ahí ya cada uno…
Luego llegas a casa, pones la tele, y resulta que la mayoría de los canales emiten en… En fin, sigamos.
Decides a leer el periódico, o una revista, y oye, para encontrar una en castellano… no tienes más que alargar la mano. Mientras tanto, si quieres prensa en gallego… Vale, no la ves porque la esconden detrás de la otra, pero está ahí.
Enciendes la radio, haces viajar la aguja del dial (uno es ya, para estos tiempos, un poco antiguo) y lo único que oyes es hablar en esa lengua discriminada a pesar de Cervantes, en tanto que en gallego tienes por lo menos… algunas emisiones.
Vas al cine. Y como las películas son mayoritariamente extranjeras, hay que doblarlas, que aquí lo de los idiomas se nos da muy mal (alguien tendrá que explicar por qué después de pasarse al menos seis cursos estudiando inglés, un chico que termina el bachillerato no es capaz de hablarlo ni entenderlo), y es mejor doblar las “pelis” al… ¿castellano?
Es lo mismo. El caso es que con el gallego, ya se sabe, no se va a ninguna parte. Y que se anden con mucho ojito los suecos, noruegos, daneses, finlandeses y hablantes de esas pequeñas lenguas, que con esto de la UE, lo mismo desde esta esquina de la piel de toro les lanzamos un decreto a los morros para que estudien en sueco, noruego, danés, finlandés, inglés y chino (que esa sí que es una lengua en la que se puede hablar con mucha gente…)
Bueno… En fin… Lo mejor de todo casi es que los papás podremos elegir libremente la lengua en la que queremos que se eduque a nuestros retoños (ya ven qué triste: nos preocupa más en qué lengua aprenden en el cole que lo que aprenden en él, en casa y en la calle…). Así, si la mayoría de los padres de los alumnos de un curso quiere que se enseñe a sus hijos en castellano, aunque sólo sea por una diferencia de un voto, todos serán enseñados en castellano. Y es que ahí, la libertad para elegir la lengua en la que la minoría quiere que se eduque a sus hijos no cuenta. Y esa elección valdrá por cuatro años, con lo que esa libertad con la que se les llena la boca, dejará de existir para los papás y mamás de los chiquitines que se incorporen a lo largo de los tres siguientes cursos. Pero, ¡qué más da! Un puñado de votos bien vale el sacrificio…
Por cierto que les cuento una confidencia de fuentes muy bien informadas (léase in-formadas=no-formadas): Por lo visto la Consellería de Cultura está estudiando convertir en Galicia en un país pluricultural, por lo que está elaborando las bases para un decreto que regule la cultura gallega. Así, por ejemplo, se contemplará que en el Antroido los menús deberán estar compuestos en una tercera parte por lacón con grelos, otra tercera parte a elegir por los comensales entre cocido madrileño o tortilla española, y el tercio restante conformará el postre, en el que deberán sustituirse las insípidas y limitadas filloas por unos ricos crêpes rellenos de mantequilla de cacahuete. De verdad de la buena.
¡Ah! Por cierto. Escribo en castellano porque me da la gana.