Reforma laboral, reforma del sector energético, reforma del sector financiero, … Parece que , de pronto, los responsables del asunto económico en este nuestro país (y, créanme, no me refiero a nuestros responsables políticos), hayan caído en la cuenta de que aquello que parecía funcionar tan bien (especialmente para su beneficio, el de ellos) ya no sirve (es decir, ya no sirve a su provecho) y, por tanto, se impone una reforma del cotarro a todos los niveles.
Hagan memoria, hagan. En el momento álgido de “la dificilísima situación de crisis económica” que estamos viviendo, se planteó la necesidad de una refundación del capitalismo. Incluso el principal promotor de ese sistema económico (los Estados Unidos de América, ya ve usted) defendía lo inexcusable de esa obligación. De esto hace ya casi dos años y se ve que lo de refundar debe ser una ardua tarea, porque tras algunas reuniones del G20 (ese club para ricos al que pertenecen los que mejor promueven la filosofía del “mientras a mí me vaya bien, a los demás que les vayan dando”), la conclusión es que “bueno, sí, pero tal vez no, o ya ves, qué quieres que te diga, todo es del color del cristal con que se mira, y, bien mirado, refundar, refundar,… tampoco es tan necesario. Lo importante es que parezca que hacemos algo, no que lo hagamos”. Y, así, nos “sugieren” unas cuantas reformas que debemos abordar si no queremos convertirnos en uno de “esos” países así, como Grecia.
Y nosotros, que te somos muy guiadiños, ahí estamos, de reforma. Laboral, claro. No vamos a empezar por las otras, que igual tocamos partes delicadas a personas o corporaciones más delicadas todavía…
Y con ese objetivo, sentamos en una mesa, a negociar (¿es que la reforma laboral puede ser un negocio?) a sindicatos y empresarios. Los unos, rehenes de una ideología (en el sentido de idea que distorsiona la percepción de la realidad) fundamentada en la dialéctica opresor-oprimido que los otros, con su estrecha y corta concepción de “empresa”, alimentan. Sigue el empresariado anclado en la idea decimonónica de que la única responsabilidad de la empresa es la de obtener beneficio económico (no todas y, si no, vean qué empresas resisten la crisis), ignorando (porque es una cuestión de ignorancia, no de otra cosa) la responsabilidad social. Y siguen los sindicatos empeñados en hacernos creer que todo lo que sea bueno para la empresa es malo para el trabajador. Así, ¿cómo van a llegar a ningún acuerdo?
A falta de espacio para profundizar más y exponerles unas cuantas cuestiones relativas a la Responsabilidad Social Corporativa y la Ética Empresarial (a las que prometo dedicar mi próxima colaboración), la conclusión a la que yo llego es la siguiente:
Creo yo que, previa a cualquier otra reforma, debería abordarse la reforma de las cabeciñas de los cabecillas (políticos, empresariales y sindicales). Porque mientras sigan unos pensando que “globalización” quiere decir que TODOS sirvan a mis intereses; mientras continúen convencidos otros de que para que se favorezca la contratación del trabajador que necesito, es indispensable que pueda despedirlo por las bravas, como si fuera un bolígrafo que tiro porque no me gusta el color en el que escribe (es decir, utilizando a las personas como un medio para conseguir un objetivo); y sigan otros sin darse cuenta de que como trabajador me irá tan bien o tan mal como le vaya a la empresa (investiguen, investiguen cómo funcionan los sindicatos por ahí afuera, en esos países de muy al norte, hacia los que dirigimos la mirada como modelo de “bienestar”); mientras todo esto siga siendo así, ya podemos llevar adelante las reformas que sea, que la situación se reproducirá como esa mancha de humedad que pretendemos hacer desaparecer pintando sobre ella.Por eso yo sugiero que mientras llevamos a cabo esa reforma del fondo más que de la forma, a los responsables políticos y a las organizaciones empresariales y sindicales, nosotros, ciudadanos, les colguemos el cartelillo de CERRADOS POR REFORMAS.
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