“A donde fueres, haz lo que vieres”.
Este es uno de los argumentos (tan discutible como el resto) que utilizan aquellos que se oponen al uso en las aulas del llamado “velo islámico”. Y, al igual que ocurre con todos los otros argumentos que esgrimen quienes quieren justificar su oposición, lo manejan como si fuese una verdad evidente e indudable. Incluso podrían encontrar apoyo en reconocidos filósofos que en el mundo han sido, como nuestro viejo amigo Descartes, quien propone ese principio como una de las normas de su moral provisional. Claro que aquí lo importante es el adjetivo: provisional, es decir, aceptado como válido para una circunstancia concreta, a la espera de poder disponer de una moral racionalmente fundamentada. Vamos, que lo que Descartes venía a decir era: como quiero llegar a poder guiar mi conducta según unas normas morales de cuya validez y veracidad no se pueda dudar, mientras no llegue a descubrir esas normas, me dejaré conducir por ésta (entre otras, claro).
Más allá de lo que diga Descartes o quién sea, lo que parece claro (a mí al menos) es que más que una norma moral de validez universal, ese “a donde fueres, haz lo que vieres” no parece ser más que un buen consejo práctico para la convivencia que, por supuesto tiene sus límites. Porque si lo que yo viere adonde fuere perjudicare o causare sufrimiento a otros, a lo mejor yo debiere inhibirme de hacer lo que viere allá donde fuere (creo que me he complicado un poco la vida con los verbos, pero es lo que hay…).
Ahora bien, como todo consejo (bueno o malo), esconde una intención. Y, ¿cuál es la intención que esconde éste en concreto? Pues creo yo que el interés extremo que la sociedad (así, en abstracto) tiene por “aborregarnos”, por absorver la diferencia, por normalizar lo minoritario (entendido como lo “no mayoritario”).
Y, aunque todo esto que les expongo, viene a cuento del asuntillo del “velo islámico” (¿por qué al pañuelo con el que mi abuela se cubría la cabeza no se le llamaba “velo cristiano”? Porque para “escorrentar” el frío no servía…), lo que resulta interesante de la cuestión es que, empezando este del velo con un hecho particular, nos lanza al debate acerca de la integración cultural de los inmigrantes (nos lanza a más debates, si nos ponemos, pero no quiero que piensen de mí que soy un lanzado…).
En ese debate es en dónde aparecen esos otros argumentos peregrinos a los que me refería al principio. Por ejemplo, dice alguien: “Si no les gustan las costumbres de nuestro país, que se vayan al suyo”. ¡Señor, señor!. Incalificable. Además de considerar que eso que se llama “país” (vaya usted a saber a qué se refieren: a un modo de vida, a una extensión territorial, a los hablantes de una lengua determinada,…¿?) es propiedad de alguien, lo que me llama la atención es que este tipo de argumento nos sitúa en la dialéctica del nosotros y el ellos. Y como ustedes, fieles seguidores de esta columnilla, me son muy aplicados, recordarán que en mi anterior colaboración hablábamos de cómo nosotros podemos ser nosotros porque existen unos ellos; y, a su vez, pueden existir unos ellos porque existimos nosotros. ¿Dónde está el problema entonces? En que el nosotros lo colocamos un poquito más arriba que el ellos. Esa dialéctica de la que les hablaba líneas arriba, no es entendida en un plano horizontal (nosotros al lado de ellos), sino vertical (nosotros por encima de ellos).
Al final, a lo que todo esto nos lleva es a la consideración de una virtud fundamental para la convivencia: la tolerancia (con la que tanto se llenan la boca algunos y de la que, por supuesto, les hablaré en detalle en otro momento…). Déjenme que les dé una definición: Tolerar es aceptar lo que podríamos condenar, es permitir lo que podríamos impedir o combatir. O sea, nosotros, que podríamos condenar, aceptamos. Y nosotros, que podríamos impedir, permitimos. ¿De verdad les suena bien?
En fin, que no sé yo si una alumna puede o no puede, debe o no debe, llevar la cabeza cubierta dentro del aula, pero sí sé que ese mismo derecho de hacer ostentación pública de algo que pertenece al ámbito de la moral privada, que algunos pretenden negar ahora, es defendido por los mismos a capa y espada cuando de lo que se trata es de no retirar crucifijos de las aulas (aconfesionales), o de salir en procesión por las calles (públicas) manifestando así la grandeza de nuestra fe (privada).
Sinceramente, me cuesta entenderlo…
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